Cuando hablamos de violencia filio-parental, ¿de qué estamos hablando?
Ser padre o madre es un trabajo admirable y gratificante, a la vez que complejo. Todos y todas deseamos lo mejor para nuestros hijos e hijas, depositando grandes expectativas respecto a nuestra relación con ellas y ellos. Lograr dicho deseo es un reto y depende de muchos factores, algunos bajo el control de la familia y otros que escapan a dicho control.
No obstante es necesario trabajar sobre los primeros, haciendo nuestro trabajo de padres y madres para poder lograr bienestar y armonía en nuestras relaciones familiares.
Sin embargo, hay familias donde el bienestar ha desaparecido. Familias donde las hijas e hijos insultan, amenazan, extorsionan, pegan a sus madres y sus padres.
Este tipo de violencia familiar ha existido siempre, pero vinculada tradicionalmente a otros problemas de las hijas e hijos (abuso de sustancias, enfermedades psiquiátricas, etc.). Sin embargo en los últimos años, nos estamos encontrando con familias donde esta violencia no está originada por el consumo de tóxicos o la enfermedad mental. Además, en estos casos la violencia habitualmente se da únicamente dentro de la familia, ya que los y las adolescentes que la producen son capaces de funcionar adecuadamente en otras áreas de su vida, cómo en las relaciones entre iguales, ámbito formativo, etc…
Así, la violencia filio-parental a la que nos referimos en este blog, es la que se da desde los hijos e hijas hacia sus progenitores de manera intencionada y con el objetivo de hacer daño, de provocar un perjuicio. Se suele dar de manera reiterada a lo largo del tiempo, y con el fin de ganar poder, control y dominio sobre sus progenitores para alcanzar lo que desean. El tipo de violencia que emplean al principio suele ser en forma de insultos, o golpes a las cosas, pero poco a poco va aumentando en intensidad y frecuencia, llegando al final a ejercer violencia física.
En esta situación la madre y el padre habitualmente tratan de mantener el mito de la armonía familiar, negándose a aceptar algo tan doloroso como es que eres objeto de violencia por parte de tu hijo o tu hija. Se intenta por lo tanto guardar esta situación en secreto, incluso en situaciones de expresión de violencia muy intensas y frecuentes. Con este silencio se trata de proteger la imagen social de su hijo (“que nadie sepa lo que nos hace”) y la suya propia (“que nadie separa a dónde hemos llegado”) y además puede que sea también una forma de evitar posibles represalias por parte del hijo o hija al haber contado lo que ocurre en casa.
Estas situaciones afectan a todo tipo de familias. Se da tanto en familias “tradicionales” como en familias donde falta el padre o la madre, se da en familias de niveles socioeconómicos altos, medios y bajos….es una situación que afecta por igual a toda la sociedad.
Algo que las unifica a todas es que las edades de los hijos e hijas sueles estar en la adolescencia. Esa etapa flexible que puede abarcar desde los 14 a los 18 años (aunque la violencia puede empezar antes y prolongarse más allá de la mayoría de edad).
Esta violencia familiar no sólo tiene efecto en quien los recibe (madres y padres o familiares que cumplan este papel de autoridad) sino también en quien la ejerce y en el resto de los miembros de la familia (hermanas y hermanos, etc…) quienes viven con la amenaza de la desintegración de uno de los bienes más preciados: la unidad de la propia familia.