MIEDO DE VERDAD Y EN CONDICIONES

A los perros, a la oscuridad, a las personas extrañas, a la pérdida…desde que nacemos, existe una emoción que nos acompaña a través de todo el ciclo vital. En cada etapa recordaréis haberos encontrado con él en algún momento: cuando erais niños/as y necesitabais que alguien prendiera la luz para ahuyentar las sombras; en la adolescencia, cuando los cambios experimentados disparaban esta emoción hasta cotas inimaginables. Incluso en la edad adulta, cuando habéis tenido que enfrentaros a situaciones (económicas, emocionales, etc.) que suponen una prueba de fuego para la emoción de la que queremos hablaros.

Nos referimos al MIEDO con mayúsculas, temido por la fuerza paralizante con la que irrumpe a menudo en nuestras vidas.

QUÉ OCURRE CUANDO EL MIEDO SE TRASLADA A LA MATERNIDAD-PATERNIDAD

Desde el Centro Hobetzen, queremos centrarnos en un tipo de miedo que venimos observando de un tiempo a esta parte en las familias que son atendidas en el servicio: el miedo que experimentan madres y padres, cuando tienen que hacer frente a cambios y decisiones que la propia naturaleza del sistema familiar va exigiendo para evolucionar de manera óptima.

Se abre aquí un nuevo abanico que añade elementos a la complicada tarea de ser padre-madre en la actualidad: “¿lo estaremos haciendo bien?, ¿será un error esta decisión?,” ¿tendrá consecuencias en la relación con nuestro/a hijo/a?”,” ¿nos odiará?”

El miedo es la llave que abre la puerta a la incertidumbre, al desasosiego, a la duda. Sensaciones que van acompañadas de crítica hacia vuestra labor como cuidadores; de enfado y rabia, por no dar con la respuesta correcta a la primera; o de decepción, por no lograr los resultados deseados en el tiempo que os marcáis. Así, sin apenas daros cuenta, volcáis el resultado de vuestro esfuerzo en la conducta final que observáis en vuestros hijos e hijas, deduciendo que, todo vuestro desempeño es malo si ellos/as no se comportan como esperabais.

La angustia que ello genera, cierra el círculo del miedo, fortaleciendo así la creencia de que nada de lo que hagáis estará bien. Y limitando el acceso a recursos con los que realmente muchas familias contáis para ir solventando las dificultades.

LA EMOCIÓN QUE MANIPULA AL RAZONAMIENTO

Para rizar aún más el rizo, añadiremos que nuestra complejidad no siempre nos lleva a sentir temor por amenazas reales. Con ello no queremos decir que el miedo no sea real, pero trataremos de explicarlo mediante un ejemplo.

Si analizásemos una escena familiar en la que una persona adolescente protagoniza un ataque de ira y arremete contra objetos de la casa e incluso hace extensible las amenazas hacia las personas presentes, el miedo a ser agredidos gracias a la percepción de riesgo resulta clara y objetiva.

“Sentir miedo es algo normal. Ante la percepción de situaciones de peligro, nuestro cerebro se activa de manera instintiva como herramienta de protección frente a posibles ataques o situaciones que pueden desequilibrar”.

Sin embargo, la huella que la sucesión de este tipo de acciones vayan dejando en vosotros/as padres y madres, puede conllevar que en próximas ocasiones, sin ser necesario que vuestro hijo/a llegue a esos niveles de agresividad, por el mero hecho del recuerdo traumático vivido, se active en vosotros/as el miedo (subjetivo) a que algo similar pueda suceder. Sin embargo, la manera en la que experimentáis el miedo pude ser igual de intensa en ambos casos.

Es entonces cuando el miedo puede llegar a paralizaros, dando lugar a dos grandes grupo de síntomas que preparan al organismo para dar una respuesta determinada.

NO ME GUSTA PENSAR QUE TE TENGO MIEDO

“Tengo miedo, mucho, mucho miedo, no me gusta pensar que te tengo miedo, pero tú por favor, no me tengas miedo”. Versa el estribillo de una canción cuyo autor pareciera ponerse en la piel de muchos padres y madres que ahora nos leéis y os veis identificados en estas letras.

Y es que, son muchos los factores que entran en juego, cuando en una familia se viven o presencian situaciones de violencia que impactan directamente en sus protagonistas.

Analicemos lo que ocurre en dos los principales ejes de acción:

1-Nivel físico

  • Contracción/dolor muscular.
  • Aumento de la frecuencia respiratoria, sensación de falta de aire.
  • Elevación del ritmo cardíaco y por ende, de la presión arterial.
  • Liberación a sangre de sustancias como la adrenalina, glucosa…que se perciben como tensión.
  • Aumento de los procesos metabólicos, como la digestión, sistema urinario, etc.
  • Sensación de mareo y cambios de temperatura en diversas partes del cuerpo.

Toda esa activación prepara el organismo para generar una respuesta concreta que los especialistas definen como “enfrentarse o huir”. Cuando estos estímulos impactan con intensidad en el cerebro, se da una especie de desconexión, cuyas consecuencias se perciben en el siguiente nivel.

2-Nivel mental

  • Modificación del sueño, hambre, concentración, atención.
  • Cambios en el estado de ánimo, tendencia a la depresión, irritabilidad, menor disfrute.
  • Respuestas de evitación, que hacen más fuerte y resistente la presencia de amenazas y por tanto de miedo constante, pudiéndose ampliar a más áreas de la vida.
  • Distorsión de lo que pensamos respecto a la persona que consideramos causante del miedo (mi hijo/a es un monstruo), o incluso de las atribuciones que os hacéis a vosotros/as mismos/as (soy una mal/a padre-madre, me siento un/a fracasado/a). Además de focalizar la atención en ganar o perder, estos pensamientos son potentes generadores de culpa.
  • Bloqueo de los lóbulos frontales, que son la parte del cerebro que nos ayuda a pensar con claridad, planificar y ejecutar acciones además de frenar el efecto del miedo.

Puede que incluso ahora, sin haber un estímulo delante, solo leyendo este artículo, vuestro cuerpo este re-experimentando muchos de estos síntomas. Por ello vamos a parar unos minutos para ser meros espectadores de este corto, que bien pudiera simbolizar lo que supone enfrentarse a lo desconocido, tanto en primera persona como visto desde fuera.

 

POR DONDE COMENZAR A ESCALAR EL MURO DEL miedo.

No es casualidad que la palabra miedo esté en minúsculas en el título. Para finalizar este post, desde el Centro Hobetzen queremos aportar algunas pautas dirigidas a desactivar o minimizar algunas de las situaciones relacionadas con el miedo que hemos revisado hasta ahora.

  • Por un lado, es importante atender a los síntomas físicos que os alertan de que algo se está moviendo en vuestro interior, pero sin poner intención alguna en modificarlos. Con el simple ejercicio de poner atención en la respiración, en la manera en la que percibís las partes del cuerpo (temperatura, pesadez…), conseguiréis reducir considerablemente el centro de la activación hacia un estado de mayor calma.
  • Cundo hayáis realizado esta parte, tomar unas cuantas respiraciones profundas. El cerebro interpreta la entrada de oxigeno, como un motivo importante para desacelerarse. De esta manera el mensaje que envía a vísceras, músculos etc. se modifica, trasmitiéndoles que pueden reducir su actuación hacia un estado basal más calmado.
  • En ocasiones, puede resultar favorecedor aceptar y darle espacio a la emoción que estáis viviendo, en lugar de tratar de negarla. Verbalizar vuestro sentir en voz alta en un ambiente seguro, o con una persona de confianza es beneficioso como paso intermedio a enfrentar vuestros temores, por ejemplo: “en este momento siento miedo, pero yo soy algo más que esta emoción”.
  • Este último punto, guarda mucha relación con la preocupación que os suele generar lo que terceras personas piensen sobre vuestra labor como progenitores: “mis hermanos me dicen que no lo hago bien”, “en el trabajo opinan que no debería aguantar más”…El ser vosotros/as los primeros en asumir y aceptar vuestras emociones, permite liberaros de la presión que supone ese tipo de críticas no muy constructivas, reduciendo así vuestro nivel de sufrimiento.
  • Modificar el vocabulario os dará pistas hacia dónde está vuestra preocupación real. Partiendo desde “en determinados momentos siento miedo” hacia un discurso más integrador que conecte con otros motivos que engloba el miedo: “tengo miedo a (fracasar, cometer errores, equivocarme, no ser un buen ejemplo)”.
  • Por último está el paso trascendental para comenzar a transformar el miedo: actuar, planeando previamente una estrategia de cómo hacerlo.

Estos pasos son útiles no solo exclusivamente para afrontar los temores relacionados con la violencia filioparental, sino para practicarlos también en momentos menos extremos pero en los que sintáis interferencias en vuestro papel de cuidadores.

Finalizamos rescatando las palabras de G. Nardone, prestigioso psicoterapeuta que dijo respecto al miedo: “El factor fundamental que determina que una persona sea capaz de asumir la responsabilidad  de una decisión es la gestión del miedo, pues este puede condicionar el resto de factores”.

Para más información en torno a temas que os pueden ser de interés como padres y madres que desean seguir creciendo y desarrollándose en su rol, os invitamos a que visitéis nuestro blog.